No hay lugar seguro

Brianstown es una de esas urbanizaciones costeras que, tras el estallido de la burbuja inmobiliaria, han sido abandonadas a su suerte. Hoy es un mero conjunto de socavones y escombros, andamios oxidados y casas a medio construir junto a otras que poco a poco se van desmoronando, al mismo tiempo que los sueños de prosperidad de sus propietarios.
En una de esas casas se ha cometido una masacre: en el suelo de la cocina, en medio de un charco de sangre, yacen los cuerpos apuñalados del matrimonio Spain, Pat y Jennifer, mientras todo indica que los hijos de la pareja han sido asfixiados en su propia cama. Cuando el comisario decide asignarle el caso a Mick Kennedy, éste ni siquiera pestañea: si de algo anda sobrado es de confianza en sí mismo. A pesar de la trascendencia mediática del suceso -o quizá por esa misma razón-, Kennedy decide tener a su lado a Richie Curran, un novato recién incorporado al departamento; al fin y al cabo, siempre es más fácil besar la gloria al lado de un principiante que tener que lidiar a todas horas con otro detective experimentado.